
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.
La villa ducal es una localidad de larga tradición estudiantil. Con la excepción de algún corto periodo, la población ha tenido universidad desde el siglo XVI, y durante aquellos intervalos en los que no se impartían estudios universitarios reconocidos funcionaba un centro de enseñanzas medias. Siempre ha existido en la población ursaonense un grupo de personas cultas e interesadas en mejorar la educación. Gracias a ese afán por el conocimiento, la localidad ha dado a la historia músicos insignes, como Alonso Lobo o José Romero Jiménez; poetas, como Gânim b. Walîd, Manuel María de Arjona, Pedro Garfias, Antonio Pedro Rodríguez-Buzón, Eloy Reina Sierra y tantos otros; novelistas de primera fila, como Emilio Mansera Conde; humanistas, folkloristas, eruditos, filólogos y lingüistas, como ‘Abd Allâh, Antonio María García Blanco, Francisco Rodríguez Marín, Rafael Cano Aguilar y los hermanos Barrera López, Trinidad y José María. En Osuna se estaba al tanto de todo lo que ocurría fuera, de los menores adelantos de la ciencia. Había un grupo de personas muy instruidas, capaces de mantener una conversación sobre el tema más elevado que pueda imaginarse. Pero Osuna ya no es lo que era.
Voy a un hecho muy concreto. Hoy, cuando los gobernantes han empezado por fin a escuchar a los entendidos en educación, que venían años alertando de la necesidad de volver a los libros tradicionales y al lápiz y al papel para preservar la configuración de la corteza prefrontal de los ciudadanos, cuando en los lugares avanzados se va en el sentido de recuperar herramientas de conocimiento que se creían obsoletas, aquí caminamos en sentido contrario. En Osuna se cierran bibliotecas, parcialmente, pero se cierran. Han oído bien. Desde el pasado 12 de febrero, la Biblioteca Municipal permanece cerrada por las tardes. Eso significa no solo una restricción drástica del tiempo que los lectores y los estudiantes tienen para disfrutar de sus instalaciones y sus libros; también supone una pérdida de la mitad del tiempo del que disponen los investigadores para acceder a los fondos del Archivo Municipal, muy solicitados por las personas que escriben historia, esa ciencia imprescindible para conocer y entender el presente. Los historiadores, personas constantes y sacrificadas —bendecidos sean—, son como exploradores, capaces de guiarnos al iluminar con sus pesquisas la oscuridad de los tiempos pasados, el cimiento de los tiempos actuales. Esos investigadores no suelen vivir en Osuna. Acuden a la población sevillana para consultar el archivo, y ahora solo pueden hacerlo durante la mitad del tiempo que antes tenían disponible, viéndose obligados a un esfuerzo económico y a una alteración de sus ritmos de trabajo. Desde la jubilación del anterior archivero, el puesto ha quedado desierto, no se ha nombrado a nadie para ocuparlo y, además, el número de empleados disponibles para atender la biblioteca y el archivo se ha reducido más un treinta por ciento: donde antes había tres personas ahora hay dos. De ahí el cierre por las tardes. ¿Dónde está el problema? Cuesta trabajo admitir que los responsables de la gerencia de las administraciones públicas tengan tan desatendida el área cultural de un pueblo poseedor de una tradición como la que Osuna posee. Al cierre parcial de la biblioteca hay que añadir la incuria con la que se atiende al mantenimiento del busto de Rodríguez Marín, cuya lápida vuelve a ser ilegible después de la renovación a la que fue sometida hace unos años, una reforma hecha para salir del paso que dio un producto de muy poca duración, una inscripción que padece la obsolescencia programada que aqueja a la sociedad de consumo, letras que se borran, se vuelvan inidentificables al poco tiempo. Actualmente, el visitante del pueblo lee en ella: Os na / a su hi o / predi e / F ancis / dr ez Mar n / X / . Ya me dirán ustedes la impresión que los viajeros se llevan del pueblo viendo cómo tratamos a nuestros hijos predilectos y qué atención dedicamos a mejorar el acceso de los ciudadanos a la cultura. Por favor, responsables municipales del área de cultura, hagan algo. Que esto no sea como predicar en el desierto.
