
EL CIBERDIVÁN, LA OREJA DE FREUD.
Psiquiatra psicoanalista impulsó la reforma psiquiátrica “salta la tapia” en el hospital de Miraflores. Fue Director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) y Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Autor de numerosos artículos científicos. Tiene dos libros publicados: Psicoanálisis medicina y salud mental, y La religión en el diván.
Estimad@ lector o lectora, esta semana al enfrentarme al papel en blanco me encontré apagado, aunque la luz natural del sol ilumina esta mañana que escribo.
He recordado algo que me ocurrió hace ya unos años, siendo un adolescente. Habíamos ido la pandilla a pasar la Semana Santa a un piso franco sin adultos a la vista en Chipiona. Había un gran temporal, nos acercamos a la muralla del faro donde rompían las olas y salpicaban hasta empaparte. Yo llevaba un chaquetón impermeable, me puse el gorro, la lluvia, el mar, el viento me golpeaban y tuve una sensación trascendente. Imaginé que algo similar habría sentido cualquiera de mis congéneres en los 5.000 años anteriores, en una situación parecida. La naturaleza, desatada, hostil, y yo o él bien abrigados, sintiendo que la vencía.
La relación que llevamos teniendo la humanidad con la naturaleza tiene un doble filo. Nos hace sentirnos insignificantes ante su poder omnímodo, pero por otra parte nos hace sentir competentes y confiados cuando conseguimos protegernos de ella o usarla a nuestro favor. Todo eso me ocurrió, lo sentí y lo pensé en esos segundos que, junto a mi pandilla, nos asomamos en medio del temporal al mar bravío, que rebosaba libre sobre la maciza baranda de la muralla de piedra ostionera.
La naturaleza, el mundo físico externo a nosotros, ahora tiene deformaciones humanas. Mirando los rascacielos en Nueva York a pie de calle, entrando en barco a la bahía de Hong Kong, apreciamos unos paisajes imponentes como los Pirineos, solo que hechos por la ambición humana. Forman parte de la naturaleza actual, lo mismo que la maraña de cables que forman el sistema eléctrico. Esta nueva naturaleza nos da la satisfacción de que la hemos puesto a trabajar a nuestro favor, pero también puede jugárnosla, como ha hecho en el apagón.
El apagón eléctrico está dando mucho que hablar, ha sido una rebelión de esta nueva naturaleza contra nosotros, no sabemos aún si con ayuda humana o no. Da pie para opinar sobre el progreso de la humanidad.
Saben lo que pienso, que el progreso de la humanidad es una falacia, o una exageración. El progreso técnico existe, es palpable, pero ¿somos mejores, más equilibrados e inteligentes que los congéneres que conocemos como primitivos? No lo tengo nada claro. Podemos compararnos con el hombre de Ötzi, nuestro antecesor europeo encontrado congelado en los Alpes en 1991, que falleció con 46 años hace 5.000, en 3255 a. C. El tipo llevaba los adelantos de su época, como nosotros los de la nuestra. Las ropas de Ötzi constaban de una capa o sobretodo de fibra vegetal, un gorro de piel de oso, un chaleco y calzas de piel de cabra doméstica, taparrabos de cuero y zapatos tejidos de cuero impermeables, para caminar a través de la nieve; de piel de oso para las plantas del pie, piel de ciervo en los paneles superiores y una red interior de corteza de árbol, rellena con hierba seca que rodeaba el pie dentro del zapato, como un calcetín. Llevaba armas para defenderse, un arco y flechas que había usado para herir a dos, útiles para hacer fuego: yesca, pedernal, pirita para hacer chispa. Había comido carne y pan. Se había curado heridas, murió de un flechazo en el pulmón y golpes, desconocemos las circunstancias concretas. Y era un hombre calvo; 5.000 años después seguimos sin solucionar la calvicie, para que no vacilemos de progreso.
El progreso humano se debería expresar en las reacciones ante un acontecimiento negativo, que no ha cambiado en los últimos 5.000 años. Culpar a otro, a los adversarios, a nuestros enemigos. Buscarle inmediatamente una explicación, aunque no sea cierta, pero tranquiliza.
El kit de supervivencia recomendado por la presidenta europea Ursula von der Leyen ha sido premonitorio del apagón. Me pregunto si el cálculo para tres días es el tiempo que necesitamos para, si nos apagan la luz, aprender a hacer fuego para estar calentitos. Con la tecnología que llevaba Ötzi, era autónomo; nos sobran dos días para no pasar frío y cocinar. Incorporemos su kit: si se va la luz, volvemos a la energía primigenia con la que empezamos a dominar la naturaleza, reinventamos el fuego y vuelta a empezar.
