
EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.
La vida duele, aprieta, ahoga. Pero es verano y huele a no se sabe muy bien qué. A césped, a cloro, a revista, a panadería, a interior de bolso. Huele al regaliz ese verde relleno de rojo, con azúcar por encima, a alquitrán soleado, a la zona de congelados de un supermercado. Se está jugando la Eurocopa y nos reunimos para ver partidos que no nos interesan, para cenar, para charlar, para beber la misma birra que hace un mes, que ahora sabe distinta. No siempre me gusta la cerveza, admiro a los que no la perdonan, los que la piden en cualquier sitio, pero a mí hay días que no me entra y días, los que preceden a la jaqueca, en los que le juraría amor eterno.
La selección ha dado la sorpresa pasando la fase de grupos sin despeinarse -método Luis de la Fuente-, jugando bien, sorprendiendo más a los de dentro que a los de fuera, decepcionando a los pesimistas, calentando a los fantasiosos. A pesar de todo, me encanta este país cuando deja de banalizar las cosas serias y empieza a tomarse a pecho las nimiedades, esta nación que riza el rizo, que se enreda como la melena de Cucurella, que se monta una telenovela con el 4 de la Eso de Yamal, que se pone a analizar concienzudamente las columnas de Rajoy. Tenemos siempre las mismas ganas de reír que de discutir, de enfadarnos que de celebrar un gol, de mandar a paseo que de dar un abrazo.
Juan Carlos Rivero no dice ni un nombre bien, se trastabilla, se equivoca, se hace el longuis, se vuelve a equivocar y sigue. Hay quien piensa que ya lo hace queriendo, que se autoparodia. Me gusta también ese alambre entre la joda y la rigurosidad, entre la verdad y el cachondeo, esa moraleja sobre la intensidad de lo trascendente. Soy fan del fenómeno del señor de la bandeja. Buenas tardes, señorita, con permiso. Buenas tardes, compañero, con permiso. Montado a caballo, pateándose una playa, recorriendo Sevilla de punta a punta. Perfectamente trajeado, con andares de dandy. Suena Julio Iglesias o Nino Bravo. De día viviré pensando en tu sonrisa, de noche las estrellas me acompañarán.
Me apasiona como se revolucionan las fiestas cuando alguien cortocircuita el reguetón y cuela en la cola un tema antiguo, un clásico. Y, pam, todo el mundo se la sabe y la canta con la fuerza con la que la cantaba en la parte de atrás del coche, sentado en el tronito, cuando su padre se la ponía de peque. Es el poder de la nostalgia cuando se reconvierte en felicidad. Si se piensa, es absurdo que en todos los saraos haya música que generalmente todo el mundo ha oído, pero casi nadie ha escuchado, sobre todo cuando donde más se arma el taco es con los Melendi, Estopa and company. Si quieres animar un tinglado solo tienes que poner ‘Princesas’ de Pereza y dejar que ruede la pelota. Es infalible. O ‘Danza Kuduro’ o una de esas de Enrique Iglesias cuando se puso tan de moda. Por cierto, ¿dónde está ese nota?
Me gusta el plan de estar borracho con colegas y un altavoz. Me emocionan los primeros compases de una canción, que alguien acierte con su elección y se celebre. Me gusta salir de la piscina y comer un mix de frutos secos de un bowl de plástico azul, me gusta cabrearme al darme cuenta de que estoy comiendo por comer, que tengo las manos pringosas. Me gusta la brisita que corre cuando casi es de noche, cuando después de la ducha están los mofletes quemados. Me gusta cuando alguien te gusta y la miras desde lejos, esperando que no te pille, viendo a ver si te devuelve la mirada. Me gusta el verano porque es la siesta del año. Me gusta la vida, aunque duela, apriete y ahogue. Solo hay que buscar sitios en los que sanar, destensar y respirar.
