
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.
En un artículo titulado La Policía del Pasado, don Antonio Muñoz Molina escribía hace unos días: «El pasado es confuso, difícil de comprender, más alarmante todavía para las personas que habitan el presente como provincianos que no han salido nunca de su tierra, ni tienen deseo de hacerlo, y viven convencidos de que como en ella no se vive en ninguna parte, aunque la información que posean sobre el mundo exterior sea muy escasa, y en general reducida a lugares comunes». Estas frases se encuentran en el primer párrafo del artículo (El País, 2 de marzo 2024), que acabé devorando llevado por la inercia de haber leído algo brillante. Ha sido uno de esos casos, de número cercano a infinito, en el que uno encuentra perfectamente expresada en el texto de otra persona una idea que le ha rondado siempre la mente, pero no ha sido capaz de articular y verbalizar de manera adecuada. El artículo, extenso, denuncia en su segunda parte el daño que la llamada corrección política está haciendo a la literatura, tanto en forma de creaciones actuales mediatizadas por lo que se debe escribir, como de reformas de obras del pasado, en las cuales están haciendo desaparecer en nuevas ediciones todo lo que parezca atentar contra la forma de pensar que intenta ser dominante en la actualidad. Es todo muy orwelliano pero cierto. Los defensores de una supuesta pureza ideológica intentan que no lleguen a los jóvenes por medio de las obras literarias —o de su vulgarización en forma de serie o película— mensajes que puedan deformar la impoluta mente que pretenden formar en ellos, cuando no se dan cuenta de que solo la lectura de toda clase de publicaciones y, a lo largo de una vida, nos lleva a la formación de un criterio de rectitud moral. Además, si no quitamos los móviles ya de las manos de nuestros hijos pequeños, o no aprendemos a contrarrestar de manera efectiva los perniciosos mensajes y estímulos que les llegan por ellos, las siguientes generaciones pueden albergar una proporción desmesuradamente alta de personas con graves carencias y desviaciones afectivas y comportamentales.
Parafraseando al señor Muñoz Molina, en la actualidad predomina la persona que habita el presente como pueblerino que no han salido nunca de su aldea y piensa que en ella se vive mejor que en cualquier otro sitio. Casi nadie lee hoy historia, no novela histórica, donde a menudo falta el rigor, sino historia. ¿Cómo vamos a poder entender el presente si no conocemos el pasado? Sé que ya he escrito sobre esto en otros muchos artículos, que voy a ponerme pesado, pero es una verdad tan concluyente, la veo tan clara y necesaria, que no puedo dejar de insistir en ella. Piensen en una persona que conozcan desde siempre, la que sea, preferiblemente adulta. ¿La tienen? Ahora piensen en cómo es y díganme si no creen que esa forma de ser suya es resultado de aquello que le pasó —un hecho puntual traumático y mal resuelto— o de la forma en que fue educada, de cómo eran las personas que lo rodeaban en la infancia, hasta qué punto eran tóxicas o en qué consistía su toxicidad. Piensen ahora, por poner otro ejemplo, en los contrastes entre las distintas regiones españolas, este país que tenemos la suerte de habitar, y en las grandes diferencias en los regímenes de propiedad de la tierra y de los medios de producción que han existido históricamente entre unas y otras. Que la débil monarquía de los siglos bajo medievales necesitase la contribución de los hombres más fuertes, dispuestos a ayudar al rey a afianzar su poder en las enormes extensiones recién conquistadas, explica la creación de los latifundios andaluces o extremeños, cesiones de los monarcas a personas capaces de aglutinar a su alrededor grupos humanos que aseguraran la defensa de esas conquistas. Podríamos ir región a región explicando su presente solo con bucear en su pasado. Pero es mejor hacerlo de manera ecuánime, buscando el equilibrio entre los distintos historiadores, porque si para entender cuestiones como la catalana, la navarra o la vasca nos limitamos a leer solo historiadores nacionalistas no entenderemos nada. La historia corre el grave peligro de la manipulación, y gracias a esta se construyen relatos de nuestro pasado falsos y, algunos, desestabilizadores. En fin, obviedades: no creo haber añadido nada nuevo a lo dicho por el señor Muñoz Molina, cuyo artículo recomiendo con calor.
