Miércoles Santo en Sevilla | El cielo es azul
ANGOSTILLO
Marchena, 1967. Aficionado al periodismo, al arte y a la historia de nuestra tierra. En el mundo de las hermandades y la piedad popular desde hace muchos años. Lo que no se escribe, no queda.
Como los ojos de la Virgen de Consolación. Como el manto excelso que ayer estrenaba. Árbol de Jesé, flores y frutos plasmados en hilos y puntadas de oro. Tisú azulado exquisito para cobijar y engrandecer a la Madre de la iglesia. Esta gran obra -según diseño modernista del malagueño Fernando Prini y realizada a lo largo de los últimos años por Rosario Bernardino- ha venido no solo a hermosear y completar el paso de la Virgen de la hermandad de la Sed, sino a constituirse como hito fundamental del bordado del siglo XXI. Tanto a la luz del día como en los brillos de la noche, la Virgen de Consolación adquiría otra dimensión aún más hermosa con esta nueva pieza que la reviste de gloria y majestad. Delante, el crucificado de la Sed, obra bien representativa del final del siglo XX, parecía salirse de sus cuatro clavos y querer ascender del precioso paso dorado -diseño de Dubé, talla de Guzmán Bejarano- que lo porta el Miércoles Santo, el día en que por fin, después de nublados, lluvia y hasta granizo, el cielo de Sevilla fue azul.
Esplendor de la tarde
Del mismo color que es el palio de la Virgen del Carmen Doloroso. Salida difícil de Omnium Sanctorum, adorno multicolor de flores, marchas “Rocío” y “Estrella Sublime” en Campana, Delante el Señor de la Paz, con túnica blanca bordada y flores también polícromas a su alrededor. El gran barco anda a los sones de La Pasión de Linares entre los aplausos del gentío.
La hermandad del Buen Fin pudo realizar su estación de penitencia completa con el misterio realizado por Darío Fernández estrenado en año pasado, que rodea al Santísimo Cristo del Buen Fin como si fuera de toda la vida. Este es el testigo que mejor mide el nivel de calidad de esta obra, perceptible tanto a la luz de la tarde o en el claroscuro de la noche, que aporta al imponente crucificado el acompañamiento adecuado para realzarlo y elevarlo aún más. Y la banda de la centuria macarena, los mejores sones de siempre para seguirlo por el Arenal, por La Laguna, por el Museo hasta San Vicente. El paso de la Virgen de la Palma con todos sus bordados restaurados -este año le tocó a la clásica saya de Caro con diseño de Gómez Millán- es un completo primor regionalista preciosamente exornado, bien llevado, aunque no sea tarea fácil por la disposición de las bambalinas tan abiertas, y mejor acompañado por la banda de las Nieves de Olivares.
La hermandad de la Sagrada Lanzada discurrió por la plaza del Salvador en medio de un público compacto, casi una masa humana. El grandioso paso de misterio, neogótico florido, sobriamente adornado con flores rojas, la cruza elegante, siempre de frente, los sones hirientes de la banda de las Tres Caídas tras él. Lo mismo que el paso de la Virgen del Buen Fin, rosas blancas en ramos cónicos, equilibrio y contención para la bella dolorosa de San Martín, que lucía la saya azul bordada en 1853 por Concepción León, una de las piezas más antiguas de este género de la Semana Santa de Sevilla. Acompañó a esta hermandad una representación de la hermandad de Santa Marta con motivo del veinticinco aniversario de la finalización de la estancia en la Iglesia de San Martín (1990-2000).
La hermandad del Baratillo salía tras la coronación canónica de la Virgen de la Piedad, el pasado 14 de septiembre. Hermosísimo este primer paso. La Virgen con el Señor de la Misericordia en sus brazos, llevaba la diadema impuesta en aquella ceremonia, y estrenaba el puñal inspirado en el que le acompaña en el azulejo del Arco del Postigo, ambas piezas realizada en oro por los Hermanos Delgado. Lucía el manto estrenado en la coronación, dibujo de Sánchez de los Reyes y bordado por Jesús Rosado en Écija. A pesar de tantas novedades, todo parecía el Baratillo de siempre. La Virgen de la Caridad, uno de los mejores conjunto bordados de Elena Caro en los años sesenta, llevaba un delicioso exorno floral de claveles de color rosa muy pálido. Al verla tan hermosamente dispuesta, el recuerdo se iba al gran baratillero -hermano mayor entre 2005 y 2011 y pregonero en 2012- y mejor persona que fue Ignacio Pérez Franco fallecido el pasado febrero, el que entendió el ser cofrade como una vocación laical, cuestión en la que habría que ahondar en honor a su memoria.
Por la cuesta del Bacalao la hermandad de los Panaderos congregó a numeroso público desde horas antes. El Señor del Soberano Poder lucía este año la túnica blanca sin bordar. La banda de las Cigarreras se entregó acompañando la subida de este misterio con su característico olivo entre la admiración popular. La Virgen de Regla, puro clasicismo de la calle Orfila en su exorno y atavío se mirara por donde se mirara.
Bello colofón nocturno
El paso de la hermandad de San Bernardo de la plaza de la Alianza hasta Mateos Gago al atardecer hasta que llega la noche debería ser patrimonio de la humanidad. Entre los miles de nazarenos negros y morados llegó crucificado de la Salud abrazando despacio cales y macetas, el azul del cielo que se iba y la luna que se asomaba. Subía el incienso de los acólitos, moteaban los lirios los rojos claveles, el oro abajo, el dulce Señor dormido arriba. Al cielo la levantá que mandó el puente del martillo mientras Presentación tocaba “Conversión del Buen Ladrón”. Lo veíamos irse por Rodrigo Caro a pie de calle, la familia abrazada con la mirada y el corazón. Es Semana Santa. Verdaderamente estábamos con Él en el paraíso. Tardó la Virgen. Insignias de sabor torero y artillero mediante, venía andando el palio del Refugio, oro y sedas de colores, primor de flor -clavel y azahar, ¿para qué más?-, con la mejor orfebrería de los últimos tiempos, en especial los respiraderos y las jarras de Ramos, del juego de la malla y el terciopelo, de ese rostro divino que con tanta gracia asoma entre la cera alta, este año vestida con saya azul bordada. Viejos adoquines de Santa Cruz, costaleros sentados sobre el suelo, estampa de otros tiempos, Capataces de negro al mando, serios y callados. Sonó el martillo: “Llama cuando quieras, Antonito”, le respondió al hijo de Villanueva la voz de un niño bajo las andas, gloriosa estirpe de costalero. Subió al cielo la Virgen, bailaron las bellotas, se agarraron los manigueteros, por la Cruz Roja -maestría de siempre, Cansino al frente, cacharrería brillante y bien afinada- sonó “Siempre la Esperanza” de Espinosa de los Monteros. Sobre los pies giró suave y elegante el paso hacia Mateos Gago arriba, bien trabajado abajo, como si los ángeles lo llevaran, aunque las voces eran cercanas. Visto desde atrás, donde la caña y la escalera, música, oro, flor, la Virgen del Refugio lloraba para que esta gloria, noche del Miércoles Santo en Sevilla, nunca acabara.
Tras la plata callada del Señor de la divina Misericordia, sonaba “Réquiem” de Bienvenido Puelles acompasando al misterio de la hermandad de las Siete Palabras por Placentines y Alemanes. La Giralda acompaña al Calvario para oír hablar a Jesús antes de morir. Lo escuchan también la Madre, el Discípulo y las Marías. No por sencillo y aparentemente simple, en esta época de sofistificación cofradiera, andar abierto, cornetas rasgando el frío de la noche, Hernando Colón abajo con público selecto de cofradías, allí estaba la absoluta y desnuda grandeza de la Semana Santa en la calle. La Virgen de la Cabeza, hermosas rosas blancas en sus exorno, por fin pudo estrenar la culminación de las bambalinas bordadas, viejo diseño de José Asián realizado por Jesús Rosario en Écija. Volvía la cofradía para San Vicente cuando entraba la madrugada del Jueves Santo. Todo estaba en su sitio.
Y lo remató la hermandad del Cristo de Burgos con su silencio, cirios negros al cuadril, andar presto, Dios callado sobre el monte, oro y brillantes en su cabeza que cae al pecho. El Cristo de Burgos abrocha la noche con su muerte que nos llama a acercarnos a Él y a mirarlo en la cruz, nada más y nada menos. Caoba y clavel, cera que chorrea, plata en las esquinas, penitentes tras su camino. No hay mucho más que decir. Madre de Dios de la Palma, con claveles rojos igual que hace setenta y cinco años, lo acompaña con su eterna mirada. Para recordárselo al público que la contemplaba en la noche, Tejera interpretó por Francos “Camino del Calvario” de Font de Anta. En verdad, escuchábamos lo que veíamos, como dijo Stravinsky en nuestras mismas calles hace más de un siglo.
Presagio de azahar
Se agolpaban las sensaciones, las emociones en la noche profunda del Miércoles Santo cuando las cofradías más antiguas se recogían hacia sus barrios y collaciones. Dolían los pies, se agotaban las palabras y se agitaba el alma. Porque se presentía el azahar que en esos mismo momentos se estaba colocando en San Antonio Abad. Los lirios ya los pisaba el Nazareno, plata y carey siempre abrazada. Ya era Jueves Santo y tras él, de nuevo, la Madrugada. Llegaba la impaciencia de ese buen olor eterno que desprenderá, así pasen estas horas alocadas, la plata inmaculada.
