
No estaría mal como divisa de una nueva Revolución o, al menos, de algún tipo de regeneración. Se podrían considerar hasta casi sinónimos. Y se podría haber invertido el orden de los términos del título. El orden de los factores no altera el producto si la democracia es de calidad y no sólo decorativo-institucional, con su esencia y funcionalidad desvirtuadas. Precisamente, se van a cumplir catorce años del “Movimiento 15-M”, que lanzó a los cielos (asaltables) de este país sus proclamas de indignación política y social con mucho aparato verbal (y resentido). Aquello parecía el principio de un mundo nuevo, pero el único principio del viejo mundo es que “el hombre es un compromiso burgués”, como sentenció Jean-Paul Sartre. Parece que los indignados se han esfumado o han encontrado puertas giratorias. Pero la indignación es eterna.
La verdad es que todo resulta sumamente interesante, pero también inquietante. Pienso que uno de los instrumentos preeminentes de la cultura, la lectura, sigue siendo un hecho individual y privado, por tanto, voluntario y que se hace por puro convencimiento. Y la escuela debe incitarlo, promoverlo, inducirlo, facilitarlo, favorecerlo, patrocinarlo desde la más tierna pequeñez; ese es su cometido: proporcionar herramientas, medios, técnicas, estrategias para que la lectura se consume de facto en un establecimiento escolar. Tarea implícita, no hay que planearla. La escuela nunca podrá crear en masa lectores modélicos y alumnos programados desde la más inocente infancia para el hecho de leer. Craso error, colectivizar los actos individuales y voluntarios hacia fines comunales con sus lecturas programadas y sus libros establecidos. Las herramientas son herramientas. Los contextos son contextos, propicios o desfavorables. La lectura, los libros, son un simple pretexto –nada más ni nada menos- para conocer, reconocer y reconocerse. Igual que la democracia debe velar ética y legislativamente por la creación de la igualdad de oportunidades, ese es su cometido: incitar, posibilitar, patrocinar contextos favorables para el crecimiento personal y no fomentar el igualitarismo que es sinónimo de anquilosamiento. El burdo igualitarismo bajo el espejismo de la igualdad. Ya dejó escrito Eurípides hace veintitantos siglos en una de sus tragedias, que distintas son las naturalezas de los hombres y distinto su carácter. La empresa real de la democracia no es crear en masa ciudadanos ejemplares, cívicos y comprometidos. Eso lo decidimos nosotros individualmente y con nuestros actos. No podemos perder el norte: la democracia, la cultura, el compromiso, parten de hechos individuales que tienen que ver con nuestros fines y metas. La escuela (la lectura) es un instrumento incitador valiosísimo para el conocimiento, no la llevemos más allá o la traigamos más acá. La democracia es un contexto potenciador del crecimiento individual, no una finalidad colectiva por y para el igualitarismo, el clientelismo y el sectarismo.
La escuela está presa de esa manía posmoderna -rayana en la paranoia- de relativizarlo todo y a la vez planificarlo y programarlo todo. La cuadratura del círculo. O lo que es lo mismo, Mayo del 68 y normativización exhaustiva en la misma fórmula. Queremos un individuo libre y con espíritu crítico, pero controlado y programado. Con el aliño imprescindible de la gamificación -horrible y desafortunada palabra, en forma y fondo- que está robándole protagonismo al conocimiento (raíz y brújula de la enseñanza desde la noche de los tiempos). Hay palabras horrísonas de solemnidad pero sin solemnidad, ésta es una de ellas.
El desajuste entre el monacato feliz de la escuela y el mundo secular y su jauría competitiva es cada vez más evidente y hasta preocupante. La teatralità de la escuela juguetona y la realidad cruda de lo que pasa afuera responden a dos planetas diferentes y desarreglados y ninguno es cierto, el primero por postizo y el segundo por injusto. De vez en cuando coinciden cuando surgen casos de acoso o abandono escolares y entonces el juego se torna serio y grave y se acortan las diferencias entre la escuela simpática y lúdica (escenificada y anestesiante en su frivolidad) y el hombre adusto y desarraigado que pulula por las calles. La sociedad que nos hemos sacado de la chistera, cuya misión suprema es monetarizar y monitorizar, es decir, excluir y seleccionar, está repleta de falacias y de ficciones y de sobrevivientes pequeños y adultos que no salen en los medios.
La escuela pública, espectacularizada por la tecnología digital, con su pirotecnia burocrática de informes y estadísticas de resultados, tal como está diseñada y montada hoy día no sirve para defender ni combatir absolutamente nada. Ni es humanismo ni es ciencia. Ha perdido su vigor intelectual y cultural, gracias en buena medida a los políticos (demócratas). Ha desdibujado por completo su antigua capacidad de ascensor social y de reducir las desigualdades a través del estudio. A lo sumo es una despachadora industrial de títulos que probablemente ahí fuera también resulten inservibles. No es presente válido porque no piensa en las consecuencias del futuro y se olvida de la fuerza constructiva del pasado.
Y lo más concluyente y decisivo: no se trata sólo de leer (acto mecánico-intelectual que afianza nuestra libertad), sino de gestar (gestarnos) una sugestiva empresa humanizadora. La lectura es el hermoso pretexto que nos conduce a saber que detrás de las palabras se sitúa el hombre agigantado, profundo dentro de su finitud, igual que su primo hermano el universo.
