
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.
Hay veces que uno se tira horas mirando en la pantalla como si al pestañear fuese a perderse algo cuando en realidad lo único que ve es el final de una chimenea inerte y, de vez en cuando, una gaviota que se posa en los alrededores pavoneante, robando protagonismo al rito más conocido del planeta. Son momentos en los que medio mundo se asoma al tejado de la Capilla Sixtina en busca de un halo de ilusión en el humo blanco de una fumata que permanece callada, silenciosa, con el secretismo del testigo mudo y paciente que aguarda la leña y el fuego para comunicar la gran noticia: Habemus Papam.
Pero, muy de vez en cuando, esa chimenea queda en segundo plano para dejar paso a ese humo teñido de clareza que se esfuma en el horizonte romano hasta llegar a los confines del mundo. El Cónclave ha terminado. Los cardenales, supuestamente inspirados por el Espíritu Santo, han comulgado en el liderazgo de la fe. En la persona idónea para suplir la sede vacante. Han visto en un estadounidense con raíces españolas la persona idónea para dirigir la Iglesia, para ser el sucesor de Pedro, el número 267 de una lista repleta de personas que marcaron la fe y la historia, aunque hay que reconocer que no siempre para bien.
Prevost ha sido elegido a la cuarta. Sin ser favorito ni sonar papable. Sin ser conocido por los fieles más allá de los de su parroquia. El ojeador de obispos ha salido al balcón más famoso del mundo, el que vela la Plaza de San Pedro. Ha hablado español, ha dado mensajes de paz y ha mostrado simpatía por su antecesor y sus políticas. León XIV ha caído de pie en el balcón de la fe. Como el que llega al Real a caballo, bajo la sombra de su sombrero cordobés, con el catavino hasta arriba de fino, sin derramar ni una sola gota. Como el que llega a una final europea por primera vez en su historia tras una racha inmejorable que está por meterte en Champions el año que viene. Como el que le toca la bonoloto y, en lugar, de ir a por un espumoso para agitarlo frente al estanco, se va a su casa a disfrutar de su vida diaria. Como el que viene de jugar al tenis sin despeinarse a sus 69 años para relajarse antes del Cónclave y acaba Papa por designio divino.
El cardenal se ha hecho pontífice de la mano de la juventud, augurando un papado de dos décadas, prometiendo cercanía evangélica, ilusionando a los jóvenes que se plantean cruzarse el mundo hasta Seul para vivir la JMJ de 2027. Prevost ha sido el hijo de los misioneros, el norteamericano que dejó sus comodidades al cruzar el continente, el maestro agustino paciente que enseñó a sus pupilos cómo amar a Dios. Ahora es el Padre. El guía de una Iglesia que debe afrontar reformas y retos. Es el faro del cristianismo, el cuerpo y la sangre de la fe. Suerte, León XIV. Rezaremos porque elijas bien, porque nos enseñes el buen camino, porque pelees por la verdad y la transparencia. Rezaremos por ti porque rezar por ti es rezar por nosotros.
