
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.
Una de las supuestas bondades de la revolución técnica que vivimos es la globalización. Esta, entendida como una interconexión fácil y rápida entre todos los lugares y las personas del planeta, ha multiplicado de manera exponencial el fenómeno de las especies invasoras, hoy una amenaza cierta. La IPBES (Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas), integrada por más de ciento cuarenta países, ha contabilizado más de 37.000 especies invasoras, que están contribuyendo de manera notable a la extinción del sesenta por ciento de las plantas y los animales de la Tierra. Desde finales de la Edad Media, sobre todo desde el descubrimiento de América por Europa, ha existido el movimiento de especies, pero nunca de una manera tan acentuada, con unos efectos tan invasivos, algunosirreversibles por su intensidad.
Aunque nos va mucho en ello, nuestro desconocimiento sobre el tema resulta abrumador. Son muy pocos los países que realizan en sus fronteras un control exhaustivo de mercancías, equipajes y personas para impedir que especies exóticas invadan sus ecosistemas. Aquí, en Europa, hemos sido inconscientes o, peor aún, hemos mirado para otro lado. En España padecemos la proliferación indeseada, de efectos catastróficos para sus competidores autóctonos —menos voraces— y los ecosistemas en general, de galápagos de Florida (Trachemys scripta), cotorras argentinas (Myiopsitta monachus), mejillones cebras (Dreissenapolymorpha), visones americanos (Neovison vison), siluros (Silurus glanis) y un larguísimo, y lamentable, etcétera que puede verificarse en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras. Pero existe una amenaza que preocupa especialmente.
China es uno de los países proveedores de nuestros mercados, quizá el principal. Pekín se encuentra a más de 9.000 km de Madrid. No existe animal capaz de hacer ese viaje por si solo y en tan poco tiempo como para llegar vivo. Si embargo, el tráfico aéreo y portuario se ha intensificado de tal manera que no hay ya barreras para ellos. Viajan en primera clase. Tal ha sido el caso de la mariposa del boj (Cydalima perspectalis). Las primeras orugas llegaron a Europa en 2007 en las hojas de bojes ornamentales provenientes de la potencia oriental. Desde entonces, este lepidóptero se ha extendido en todas direcciones. En España, exactamente en Cataluña, empezó a detectarse en 2014. Existen comarcas catalanas donde el boj (Buxus sempervirens), tan importante en los bosques —donde se ocupa de retener la humedad, sirve de refugio a pequeños animales, ayuda a fijar el terreno, da una sombra inestimable en verano, auxilia a los senderistas en pasos comprometidos gracias a su extraordinario agarre al terreno, preserva de incendios forestales debido a su baja inflamabilidad, perfuma el aire…—, está sufriendo un castigo desconocido. La mariposa del boj, incapaz de trasladarse por sus medios a más de quince kilómetros, viaja con nosotros, en nuestros coches, en forma alada o de oruga, y avanza por el territorio devastando los bojedales. Su oruga es muy voraz y se alimenta exclusivamente de hojas del boj. Cuando el número de estas orugas es muy alto, la defoliación de la planta es tan intensa que no llega a recuperarse, muere. Una planta como el boj, capaz de vivir seiscientos años, que jamás había conocido enemigos de ese calibre en Europa y para los que no estaba preparada, se seca. Es triste.
No quiero ni pensar en los bosques españoles sin bojes, presentes de forma natural en Cataluña, las sierras levantinas, Galicia, el País Vasco, Navarra, La Rioja, Zamora y las sierras de Andalucía Oriental. El boj se usa también como planta ornamental, para levantar setos. El lector ursaonense puede verla por ejemplo, en Écija, en el parque de San Pablo. Es de crecimiento muy lento y también muy resistente. Siempre he pensado en los cuidados que han debido recibir esos bojes astigitanos para que hayan sobrevivido a tanto calor. Sería una desgracia que un día amanecieran llenos de orugas que devorasen sus hojas.
La Tierra es un gran organismo vivo y como tal puede enfermar y morir. Cuando viajamos a países exóticos —qué necesidad hay, dígame, de ir tan lejos—, volvemos con extraños compañeros de viaje en nuestro equipaje, muchos de ellos inadvertidos y muy agresivos, capaces de alterar el ecosistema del territorio donde nos movemos habitualmente, nuestro hábitat natural. Si olvidamos que venimos del mono, que necesitamos los árboles, estamos perdidos.
Fotografía del extremo de una rama de boj por las dos caras. Obra de «Archaeodontosaurus», médico y naturalista de Toulouse.
Víctor Espuny.
