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Columnistas

Algunos centros culturales y del engaño

6 febrero 2025
Alumnos y profesor
Álvaro Jiménez Angulo

CON LA PALABRA EN LA BOCA

Lector fiel de las páginas escritas por Virginia Woolf, Dulce Chacón, Pérez Galdós, Buero Vallejo y Ramón J. Sender. Licenciado en Escenografía y Dramaturgia por las escuelas de Arte Dramático de Sevilla y Madrid respectivamente. Máster en Creación Literaria por la Universidad de Sevilla. Máster en Estudios Feministas y de Género por
la Universidad del País Vasco. Docente en Escola Superior de Arte Dramática de Galicia. Cursando estudios de doctorado en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid.

Ring, ring. Teléfono, descuelgo, y al otro lado de la línea mi amigo Manuel. Me tomaron por imbécil mientras cursaba mi licenciatura en Artes Escénicas, me dice desde algún lugar de Perú, y me siguen tomando por lo mismo veinte años después. Porque no tienen ni puñetera idea sobre preparar y dar una clase, continúa, pero ahí están, cobrando por un trabajo para el que no les ha dado la gana formarse; “desempeñando” un oficio por el que años atrás mostraban públicamente su total desprecio; mintiendo descaradamente a madres, padres, alumnas y alumnos dos o tres tardes por semana en algún aula perteneciente a esos edificios que exhiben en la puerta la palabra CULTURA. Y todo ello, amigo mío, con la aprobación de algún que otro político o política de turno.

Manuel es peruano, director de teatro y profesor de Arte Dramático. Nos conocimos una noche del año 2017, allá en Lima, tras disfrutar como espectador de un montaje dirigido por él. La obra era A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre. Se representó en una sala situada en el distrito de Barranco. Al terminar la función le dije me llamo tal y te felicito por tu trabajo. Estudié este texto en clases de Literatura Dramática y nunca me entusiasmó, le digo, pero tú has sabido extraer nuevos caminos por donde desarrollar las sucesivas escenas, respetando al autor y su obra. Y tras hablar sobre dramaturgia francesa y autoras y autores como Yasmina Reza y Albert Camus, sentados ya en un bar frente a un par de pisco sour, la conversación derivó hacia la pedagogía teatral: bibliografía sobre metodología, nuevos retos para la educación ante una sociedad en constante cambio y en permanente uso de las nuevas tecnologías, etcétera. Y allí estuvimos hasta que el camarero dijo señores tenemos que cerrar. Dos hombres hablando de sus gustos y preferencias sobre textos dramáticos y algo de cine. Dos tipos intercambiando opiniones e incertidumbres sobre lo vivido y por vivir en el oficio. Una conversación, en definitiva, entre dos personas que se han dejado los ojos cada noche frente a los libros tras pasar toda la mañana como alumno en distintas escuelas, y poner en práctica lo estudiado en la sala de ensayo por la tarde.  

La cosa es que mi amigo me cuenta cómo vive cada tarde rodeado de ciertos individuos e individuas que imparten talleres formativos en algunos centros culturales sin tener título que acredite conocimientos en materia de enseñanza (sólo algunos, subraya, porque no todo Perú está igual), y autoproclamándose a boca llena, sin que se les caiga la cara de vergüenza, profesora o profesor de teatro, o de pintura, o de escultura, o de. Y no tienen titulación porque en su momento no les salió de sus santas partes. Porque todas y todos estábamos en el mismo lugar, en el mismo momento, y tuvimos las mismas oportunidades. Estaban ahí delante, las oportunidades, y sólo había que levantarse temprano y trabajar. Pero cuando algunas y algunos nos esforzábamos por aprobar las distintas asignaturas de nuestras respectivas carreras y un posterior máster, esta gente se la pasaban fumando canutos de tamaño similar a las trompetas que tocan los músicos de la Semana Santa de tu país, de diversión y amoríos por plazas y bares, en la cama hasta las doce del mediodía, criticando a aquel profesor amargado y frustrado y al otro, y repitiendo una y otra vez que el teatro se aprende sobre un escenario, y no en escuelas de las que lo único que sacas es un título en la mano. (Si tan seguro están de sus palabras, no estaría mal que explicaran a qué viene ahora su insistencia, una vez llegada la fecha de cada inicio escolar, por anunciar cursos de formación actoral o de otras materias por parques, plazas, avenidas y redes sociales.)   

Lo veo a diario: hombres y mujeres sin ningún tipo de preparación para el puesto que ocupan. Y Manuel cree que, lo que ocurre en su patria, no ocurre en España, y que en esta tierra hispánica los logros en el mundo laboral se alcanzan siempre gracias al trabajo, al esfuerzo, y no mediante chanchullos y compadreo. Piensa que acá respetamos y cuidamos todo aquello relacionado con la Educación y la Cultura, por lo que ninguna persona con responsabilidades en un ayuntamiento permitiría que padres y madres sufrieran el engaño, el timo, de pagar semanal o mensualmente por un aprendizaje para sus hijas e hijos tutorizado por una persona que lleva media vida sobre un escenario, o con un pincel entre las manos, pero la cual carece de una instrucción previa para ejercer como docente. Porque una cosa es llevar dos o tres décadas arreglando motores de coches en un taller, y otra muy distinta impartir clases de mecánica. Porque no es lo mismo aceptar por necesidad y de forma puntual y por un breve espacio de tiempo un trabajo para el que no estamos cualificados, que tener la desvergüenza de repetir año tras año la misma estafa y no hacer nada por remediarlo.     

Ring, ring. Nueva llamada (se cortó la anterior), y Manuel al aparato. Te he escuchado atentamente, le digo, pero ahora déjame hablar a mí. Déjame que te cuente. Y tras entrar en la Casa de la Cultura de Osuna y tomar asiento en uno de sus bancos y dejar a un lado el libro que traigo para devolver a la biblioteca, le cuento. Yo hablo, y a Manuel le cuesta creer lo que escucha, pero así es. “Profesoras y profesores” como describes hay en muchos lugares. Tanto a un lado como al otro del Atlántico puedes encontrar edificios que exhiben en la puerta esa palabra con la que determinado grupo de gentes se llenan la boca, pero de la que desconocen totalmente su significado, su importancia, y no le guardan el más mínimo respeto. Y todo ello, amigo mío, con la aprobación de algún que otro político o política de turno. 

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Álvaro Jiménez Angulo 6 febrero 2025
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