A las amistades de Javier Reina

CON LA PALABRA EN LA BOCA

Lector fiel de las páginas escritas por Virginia Woolf, Dulce Chacón, Pérez Galdós, Buero Vallejo y Ramón J. Sender. Licenciado en Escenografía y Dramaturgia por las escuelas de Arte Dramático de Sevilla y Madrid respectivamente. Máster en Creación Literaria por la Universidad de Sevilla. Máster en Estudios Feministas y de Género por
la Universidad del País Vasco. Docente en Escola Superior de Arte Dramática de Galicia. Cursando estudios de doctorado en el Instituto de Investigaciones Feministas de Madrid.

Nunca he formado parte de este grupo. No he tenido esa suerte. En los últimos veinticinco años, Javier y yo hemos coincidido en un par de reuniones celebradas en la antigua sede de El Pespunte, y en una cena en El Molinillo. Punto. Pero no me han hecho falta más momentos para poder darme cuenta que tenía ante mí a una gran persona. Un hombre amable, educado y respetuoso con todos y muy trabajador. Un individuo de los que da gusto encontrárselo por la calle porque se aproximan extendiendo su mano derecha y con una sonrisa. Un tipo, como suele decirse –en esta ocasión con toda la razón–, de los que van quedando pocos.

Y hacen falta. Mucha falta. Lo sé porque largo tiempo atrás escribí un artículo criticando la Semana Santa. Que si cortan las calles, que si la parafernalia que montan, que si durante todo el año las iglesias vacías y ahora mira. Pocos días después de publicarse en este mismo periódico, Manuel Fernández, su director, convocó una reunión para los colaboradores y demás personal del mismo. Día tal en tal sitio y a tal hora para hablar de ciertos temas y hacer que esto continúe, dijo. Y aquel día y a aquella hora, dispuesto a enfrentarme con todo capillita que se me pusiera por delante –no pienso retractarme de nada de lo escrito, rumiaba la calle La Huerta arriba–, llegué al lugar encontrando la puerta abierta y, tras cruzar la entrada, a la mitad del pasillo, vuestro amigo me recibió felicitándome por mis artículos. Te leo siempre y no estoy de acuerdo con todo lo que escribes –dijo junto a su mano extendida y su sonrisa–, pero aquí defendemos y practicamos la libertad de expresión.

Lo merece. No conozco ni entiendo absolutamente nada de hermandades cofrades. Nunca he pisado una. Tampoco he asistido a ningún tipo de acto de los que suelen celebrar. Por tanto, os pido disculpas al mencionar una acción vuestra: “La máxima distinción de El Estandarte pasará a llamarse «Premio Estandarte Javier Reina» en memoria de la gran persona que fue Javi”. Con estas palabras lo anuncian en la web de El Estandarte. Radio Cofrade. Y si entran en su página, podrán leer los motivos que han llevado/impulsado a los componentes de este medio digital y radiofónico a tomar esta decisión. Probablemente yo no vuelva a hacerlo. Entrar por segunda vez en la mencionada página, quiero decir. Pero ver la fotografía de Javier junto a las líneas que notifican tan merecido homenaje, me ha producido y produce mucho contento.

Un par de reuniones y una cena en El Molinillo, decía, a lo que habría que añadir una conversación telefónica que quiero no olvidar nunca. Sucedió a primera hora de una mañana, cuando Javier respondió a mi llamada mientras salía de su casa camino del trabajo. Con el teléfono pegado a la oreja, a paso ligero en busca de su coche, atendió mi petición. Envíame hoy mismo tu currículum al correo y veré qué puedo hacer, dijo, y se lo agradecí y lo felicité y él me habló de la nueva etapa que comenzaba por aquellos días, de las noches que llevaba sin dormir, de la felicidad. Al escuchar abrirse la puerta del auto, volví a felicitarlo, él dijo muchas gracias y envíamelo hoy mismo porque tengo amigos a los que puede interesarle, y ya no hablamos más. Y yo, que nunca he formado parte de este grupo, quiero felicitar en esta ocasión a vosotras y a vosotros: a las amistades de Javier. Felicitaros por haber compartido con una buena persona tertulias, celebraciones, proyectos, viajes. Por disfrutar y alentar sus alegrías, y por estar ahí cuando ha llegado alguna lágrima. Por conocer sus incertidumbres y sus certezas, sus opiniones sobre esto y aquello, y ser testigos de su evolución. Por acompañarlo en sus momentos de apretar los puños y tirar hacia adelante, y por cuando sus fuerzas no respondieron y, al alzar la vista del suelo, vio ante sus ojos vuestra mano tendida y vuestra sonrisa.

Por todo lo que habéis vivido junto a Javier Reina (Javi para ustedes, y siento que hoy para mí también), enhorabuena.

Por vuestra suerte.